Para contar la historia de una reconciliación a menudo hay que empezar por un reencuentro. La que nos ocupa comenzó el 6 de febrero de 1860, cuando las tropas capitaneadas por el general Leopoldo O’Donnell, uno de nuestros «espadones» del siglo XIX, entraron exultantes en la ciudad de Tetúan, donde los marroquíes habían arriado su bandera tras una dura batalla.
En el interior de sus calles de «blancura deslumbrante» explotaban gritos de júbilo, dichos en un castellano «enteramente distinto del de todas nuestras provincias»: «¡Bienvenidos! ¡Viva la Reina de España! ¡Vivan los señores!», recuerda el escritor Pedro Antonio de Alarcón en su “Diario de un testigo de la guerra de África”.
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